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Del Retiro del 19 de enero de 1986 en Casa San Sergio

En el octavario de oración por la unidad de los cristianos […] se insiste sobre todo en el regreso de todos los creyentes en Cristo a la Iglesia. Entonces, hay que notar una cosa, sobre la cual nos llama la atención continuamente el papa Juan Pablo II: Es verdad que la unidad se expresa en el plano visible en la Iglesia católica que tiene su centro en el papado, pero es verdad también que, independientemente del papado, la Iglesia occidental, toda la Iglesia occidental – es decir todos los católicos de América, África, Europa, setecientos millones de católicos – son solamente una parte de la Iglesia una católica. Es cuanto repite siempre el Papa. No sé si los italianos lo hemos comprendido.

El gesto del Papa de hacer patronos de Europa a Cirilo y Metodio significa que el catolicismo latino es sólo una parte. Si nos encerramos en nuestro catolicismo latino, aunque estemos con el Papa, prácticamente le impedimos a la Iglesia ser católica de hecho, mostrarse una de hecho, porque la Iglesia es ya Oriente y Occidente […].

Desde cuando nació la Comunidad, podemos decir que miramos hacia el Oriente. Debemos darnos cuenta de que lo que vale no es tanto el regreso de los orientales a nosotros, sino nuestra disponibilidad a acogerlos, aunque somos pocos. Démonos cuenta, pues, de que nuestro cristianismo necesita completarse con la visión, con la mentalidad, con la sensibilidad del Oriente cristiano […].

Esta es la razón de Casa San Sergio. De hecho, en esta casa sentimos esta necesidad de asumir en la Iglesia católica los valores de la Iglesia oriental. Un poco me da miedo todo esto, porque no quiero que sea una moda ni quiero dejar de ser un católico latino. Soy católico justamente si trasciendo lo parcial de mi confesión cristiana occidental, integrándolo con lo parcial de la confesión cristiana oriental. Debo sentirme verdaderamente hermano de san Serafín, hermano de san Sergio, hermano de todos los grandes santos de Rusia, de los de Grecia de estos últimos tiempos […].

Debemos admirar y amar a estos cristianos, y el amor no es solamente dar, sino que implica también querer recibir. Si no quieres recibir, no amas. Debo amar al Oriente sin pretender nada, pero tampoco puedo negarme a recibir. Debo saber recibir el testimonio de su cristianismo, de un cristianismo que es uno con el nuestro, aunque diferente. Son aspectos complementares de un misma vida y en estos aspectos complementares nuestro mismo cristianismo se hace uno y católico, porque sin estos aspectos nuestro cristianismo corre el riesgo de ser demasiado racional, lógico, jurídico, los defectos típicos del cristianismo occidental.

¿Por qué hoy en día son muchos los que adversan a la Iglesia como institución? Porque el sentido jurídico ha pesado demasiado en nuestra experiencia cristiana […]. ES precisamente esto lo que debemos aprender del Oriente: debemos aprender a liberarnos de un cierto legalismo y también de una concepción demasiado moralista del cristianismo. Debemos volver a una espiritualidad más dogmática e litúrgica, en vez de moralista. ¿Qué son nuestras virtudes en comparación con los Sacramentos divinos que nos unen a Cristo y nos hacen una sola cosa con Él? Debemos volver a vivir los Sacramentos. ¡Pensad qué es la Misa! Es Cristo que se hace presente por nosotros en el acto supremo de su amor […].

Mis queridos hermanos: Debemos liberarnos de estos defectos que delatan lo parcial que es nuestro cristianismo. Ciertamente también el oriental es un cristianismo parcial, pero, como somos católicos, es justo que no nos fijemos demasiado en los defectos ajenos, sino más bien en lo que nos hace falta a nosotros, aun sabiendo y reconociendo que somos la verdadera Iglesia. Debemos agradecer a Dios el hecho de que hemos nacido en la Iglesia católica, el hecho de que para nosotros es tan fácil y natural reconocer en el Papa el verdadero vértice de toda la jerarquía, el sacramento visible de la unidad de la Iglesia. Pero esta gratitud a Dios no nos debe impedir sentir, como quiere al Papa actual, lo parcial que es nuestro cristianismo, el cual debe completarse con otro complementar con el nuestro. Todo esto no significa que debemos convertirnos en orientales, porque, si lo hacemos, ni seremos orientales ni occidentales. Hemos nacido aquí, nuestra leche materna es la de la Iglesia latina y un hijo sigue siendo hijo de su madre. Sin embargo, debemos abrirnos para acoger cuanto nos pueda dar la Iglesia oriental, para que nuestro cristianismo sea más vivo, más pleno, más uno, más católico.