«Es natural y por lo tanto casi inevitable la conversión de la vida religiosa en una experiencia de tipo moral o metafísico. La oración se transforma en una meditación o contemplación de la verdad y Dios se trueca de Persona viva – el único absoluto Yo, el único absoluto Tú – en un Él neutro e impersonal. El Dios personal parece ser, ahora, casi un tropiezo en el esfuerzo de realizar, más allá de toda distinción personal, la Unidad del sujeto con el objeto en la experiencia suprema.

La amenaza de las religiones asiáticas es constante».

Diario, 7 de mayo de 1966