Nuestro Señor es verdaderamente un amante raro. No nos ama por nuestras habilidades, no por nuestras virtudes. Lo que le llama la atención es nuestro pecado, porque nada más que nuestro pecado podemos llamar “nuestro”. Mientras lo positivo que tenemos, es Él quien nos lo da. Por lo tanto, el vacío y la miseria de nuestras almas son los que atraen el inmenso amor de Dios.
Chiedere Dio a Dio, p. 93