Todos los cristianos, así como somos profetas – es decir, testigos, reveladores del Padre como declaramos en la Oración de los Encuentros – así también somos sacerdotes y debemos ejercer nuestro sacerdocio. Todos los cristianos participamos del sacerdocio de Cristo, no sólo porque revelamos a Dios, sino porque actuamos. ¿Qué actúa el sacerdocio? Realiza el sacrificio y con el sacrificio santifica; así nos debemos santificar también nosotros mismos y de alguna manera preparar el sacrificio de los demás, como lo hace el sacerdote, de manera que la ofrenda a Dios sea ofrenda de todo lo que entra en comunión con nosotros […]. La primera tarea de nuestro sacerdocio, según san Pablo es: «Ofreced vuestros cuerpos como un sacrificio» (Rm 12,1), es este ofrecernos nosotros mismos. La santificación es vivir el sacrificio de nosotros mismos […].
Vivimos el amor cristiano solamente cuando vivimos nuestra vida como sacrificio, como ofrenda. “Ofrenda”, porque, en la medida en que nos donemos, nos santificamos y el amor que nos santifica es el amor mismo de Dios que es un amor oblativo. La santidad es solamente la perfección de la caridad y la perfección de la caridad es el sacrificio […].
Que tu trabajo sea el ejercicio de tu caridad: eso es lo que quiere el cristianismo. Por lo tanto, no vivas tu misión en el trabajo como una necesidad para sacar adelante a tu familia; y, si hay necesidad, también esto se vuelve un servicio al amor, dado que lo haces por tu familia, pero no es justo, porque el trabajo en sí mismo se debe vivir como compromiso de amor. Por eso digo que debéis amar las calles, las piedras, debéis querer el bien de la ciudad; no se trata solo de hacer vuestro trabajo a conciencia para luego recibir el sueldo a conciencia al final del mes, pues eso sería muy poco. Como cristianos estáis llamados a vivir vuestro trabajo como oblación sacerdotal. Nunca lo pensamos pero es así: el trabajo es una misión y una misión cristiana.
Pensemos en una modista; cuando hace un vestido, ¡cómo debe alegrarse pensando en lo bonito que le quedará a la persona que lo vestirá! Porque ella debe desear que los demás vistan decorosamente, que vistan con elegancia; porque es propio de la mujer el deseo de mostrarse también en el vestir, en su postura. No para atraer a los hombres, sino porque incluso la nobleza, la dignidad del modo de vestir conviene a la dignidad de la persona humana, de una hija de Dios.
No debéis ser desaliñados, descuidados en el vestir. Daos cuenta de que en todo lo que hacéis debéis vivir un servicio de amor, no para vosotros mismos, sino para los demás. También el testimonio que dais es para los demás, porque la persona descuidada nunca revela la belleza de Dios.
Preparar la comida es un servicio, mantener la casa dignamente, vivir vuestro trabajo en la relación con los demás. Que todo sea transformado verdaderamente en un sacrificio, en una oblación de amor. Este es el ejercicio de vuestro sacerdocio, porque la Misa dura toda nuestra vida y es nuestra participación en el Sacrificio de Cristo que vivimos solamente en la medida en que vivamos el mismo amor que Él vivió. ¿Cómo participamos en la muerte de Cristo? Participando de su amor sacrificial, participando de este amor por el cual Él se donó […].
Vuestro sacerdocio es: transformar toda vuestra vida en un acto de ofrenda, ofrenda a Dios, primero que todo, porque el sacrificio no puede tener otro fin sino Dios, aunque no es el único fin. El sacrificio de Cristo, de hecho, tuvo también un segundo fin, es decir, la salvación del mundo. Así vuestra vida no puede ser solamente un acto de sacrificio a Dios, de alabanza, de adoración, sino que debe ser también un acto de propiciación, de intercesión, de ayuda, de amor a los hermanos, al trabajo, a la ciudad, a la sociedad, a la naturaleza […].
El sacerdocio es el poder que tenéis para llevar a Dios toda la creación en su belleza, a fin de que glorifique a Dios en su salvación: este es el fin de la ecología, porque ella también es un servicio de amor. Pero si tiráis papeles al piso, no ejercitáis vuestro sacerdocio, pues también los prados deben mantenerse limpios.
Tened en cuenta que nuestro sacerdocio nos compromete en relación con todas las cosas, en relación con la sociedad, con el hombre, y no sólo en lo relacionado con su alma. En la educación del niño la mamá ejerce su sacerdocio; la formación de un niño es un acto sacerdotal.
Todo es un sacerdocio, toda nuestra vida cristiana.
Biella, Retiro del 9 al 10 de enero de 1982