«Ninguna vocación, no viene ninguno. Ciertamente la culpa es sólo mía. Hablo mucho, escribo mucho… pero ¡cuán lejos estoy de la santidad que ya hubiera debido alcanzar! Las palabras suenan falsas ni tienen la fuerza para renovar los ánimos, para prender en los demás el amor necesario para el despegue. Sin embargo, aun este fracaso mío, el fracaso de toda hazaña mía, no puede ni debe ser motivo de desaliento, sino de una fe más pura, de una esperanza más grande.

Nuestro pecado no hace menos grande su amor».

Tomado de Nel cuore di Dio, p. 327. 17 de febrero de 1985