Hay que evitar malentendidos, cuando se habla de oración continua. Se dice que el trabajo es oración, que el sufrimiento es oración, también se dice que el estudio es oración. Al contrario, ni el trabajo es oración, ni el sufrimiento es oración, ni el estudio es oración. Sólo la oración es oración, nada más. De por sí, el sufrimiento es sufrimiento, el estudio es estudio, el trabajo es trabajo, como también la oración es oración, pues dos nombres no pueden definir la misma cosa. Dos nombres identifican dos cosas distintas. Si trabajo y oración, sufrimiento y oración, estudio y oración, fueran la misma cosa, no tendrían nombres distintos.
Entonces, ¿cómo vivir una oración continua? Orar es vivir una relación con Dios: el alma debe vivir esta relación. ¿Cómo la vivirá? Tampoco la oración es oración, si pensamos que la oración consiste en la recitación de fórmulas. En cambio, la oración es un acto que propiamente establece una relación con Dios y hace de manera que el hombre empiece un diálogo, un movimiento de amor, viva cierta unión con Dios […].
La oración continua es lo contrario que hacer continuas oraciones. La multiplicación de una fórmula, en vez de realizar una continua oración parece que la hace imposible, porque la continua oración no es una multiplicación de actos, sino un estado de unidad, de sencillez, de pureza. Sin embargo, es sólo por medio de la multiplicación de actos que fijen el espíritu en un único contenido inteligible como se hace posible la oración pura.
Es cierto que todo esto se cumple del modo más consciente y puro mediante la oración comúnmente entendida, la cual implica una palabra que es acto de amor, de humildad, de abandono; una palabra que incluye el acto de fe, esperanza y caridad. Pero no es cierto que un acto que de por sí no se exprese en palabra no pueda establecer una relación, una unión. No siempre se necesita la palabra para establecer la unión. También el silencio traba la unión, cuando el amor es profundo. O un acto. Por ejemplo, si encuentro a alguien que desde hace tiempo no veo, le aprieto la mano, aun sin hablarle. Apretar la mano establece un contacto, reafirma y reaviva una amistad, un afecto, la estima. Establezco una unión con aquella persona.
Asimismo, vivo mi relación con Dios a través de la palabra, a través del silencio, a través de actos exteriores. También ese silencio, esos actos son oración, si establecen esta relación. Al contrario, puedo rezar el rosario sin orar, si el rosario no me pone en contacto con Dios. Una madre que sufre al lado de lecho de su hijo enfermo vive una relación con su niño mediante el mismo sufrimiento, mediante su ojo que lo contempla; también puede trabar la relación mediante la manito del niño que la madre estrecha a su corazón; aun cuando la madre no puede estar ahí ni puede vivir otra relación con el niño, sino la del sufrimiento de saber que no está a su lado, que no lo puede ver, que no sabe nada de él. En este sufrimiento la relación existe, es verdaderamente el vehículo mediante el cual la madre vive su relación con el hijo.
Del mismo género es la relación del padre con su hijo, cuando está trabajando por él, cuando fatiga, cuando suda para obtener los medios a fin de adelantar el estudio del hijo, de educarlo, de alimentarlo. El trabajo del padre es un acto por el que el padre vive su relación con el hijo. No la vive charlando todo el día con él, sino trabajando por él.
Podemos sufrir y orar, si el sufrimiento nos pone en contacto con Dios. Podemos trabajar y orar, si el trabajo nos pone en contacto con Dios. Es oración el acto que pone al hombre en relación con Dios, que establece este contacto y lo afianza e interioriza cada vez más.
Por si sola, podemos decir que ni siquiera la oración es oración, cuando la oración sea mera recitación de fórmulas. Oración es solamente aquel acto humano que es expresión de fe, de esperanza, de caridad, por el que el alma se abandona, se entrega, se confía, por el que el alma desea a su Dios y hacia Él se lanza, con Él se une, lo abraza y lo ama. Ésta es oración.