La revelación suprema que Dios ha dado de Sí mismo en su humilde infancia consiste en su muerte al mundo; y nosotros mismos revelaremos a Dios en la medida en que disminuyamos nosotros mismos. El misterio de la Epifanía exige, como condición, la humildad más profunda, la sencillez más pura; exige que sepamos renunciar a nosotros mismos, exige que no queramos ser algo, sino una pura condición a su presencia; no tener más nombre.
Reunión del 6 de enero de 1974 en Florencia