La eternidad del amor divino una cosa nos asegura: que Él nos precedió. El amor de Dios no es consecuencia de algo; antes de que nosotros existiéramos, de que existiera el mundo, Él ya nos amaba. ¿Somos conscientes del significado de esta verdad?

Si Él nos ha amado siempre no puede sino continuar amándonos, porque el amor con el cual Él nos ama es el mismo amor con el cual Él se ama. Entonces, si es el amor con el cual Él se ama, ¿cómo puedo pensar que jamás me ha amado a mí? No hablo de “mí” en cuanto independiente de Él, porque, amándome, de hecho Dios me hace uno consigo mismo. El acto de amor divino no es sólo el acto por el cual Él se dona a la creatura, sino el acto por el cual Él atrae la creatura a su íntimo. El acto del amor de Dios, del amor del Padre, es el don de su único Hijo al mundo, pero ¿qué significa esto? Significa que Dios asume la naturaleza humana. Vemos entonces que el acto de amor de Dios con el cual Él se dona, es también el acto de amor por el cual ama, porque amando, verdaderamente lleva a la creatura dentro de sí mismo. Precisamente porque el amor de Dios es así, no podemos y no debemos temer.
 Él nos ama como se ama a sí mismo. Si Él nos amara de un modo diferente, dudaríamos de ser amados y de ser amados por Él, pero si nos ama como a sí mismo, su amor es inmutable, nada lo puede cansar, nada puede hacer que se agote este amor. Podría dejar de amarnos, cuando ya no pueda amarse a sí mismo.
[…] Él nos ama eternamente. Mirad que esta verdad nos radica en lo más íntimo de la vida divina y en el centro del ser mismo de Dios; estamos como radicados, plantados en el corazón mismo de la Divinidad. Es verdad, nuestro pecado nos separa de Dios, pero no separa a Dios del amor con el cual Él se ama, no le quita a Dios poder amarnos con un amor eterno, mientras estemos en la tierra. Permanecer en este mundo quiere decir permanecer en una economía de salvación, en una economía de anuncio.  ¿Qué quiere decir “Evangelio”? “Buena nueva”, el mensaje de amor de Dios.
 Entonces, mientras permanezca en el mundo, escucho este mensaje. Por eso los predicadores hacen mal cuando dicen: «¡Dios podría cansarse!». Dios jamás se cansa; eres tú el que, cayendo con la muerte en un mundo en el cual todo es definitivo y ya no hay mensaje, ya no hay anuncio, en el cual Dios ya no ofrece el amor, sino que fija ya las cosas para siempre allá donde están, eres tú el que, cayendo en esta otra economía, te excluyes para siempre de Dios.
 Mientras viva en este mundo, estoy llamado a ser incorporado a Cristo, a ser asumido por Él, a ser uno con Dios. ¡No sólo yo, todo hombre! Dios nos ha amado eternamente: «In caritate perpetua dilexi te» (Jr 31,3). Lo que le dice Dios a Israel, no es más que el eco de lo que le dice el Padre a su Hijo, porque con un amor eterno, con un amor divino, Dios no puede amarse más que a sí mismo. El Padre ama al Hijo, el Hijo, al Padre, eterna, inviolable, indefectible e inmensamente con un amor único e inmenso; es el eco de esa palabra, es más, es esa misma palabra, ese mismo amor, porque yo en realidad soy visto por el Padre como una sola cosa con Cristo, aunque soy pecador; de lo contrario ofenderíamos a Cristo, porque Jesús asumió verdaderamente todos mis pecados, no sólo los que he cometido, sino también los que podría cometer: todos.
De modo que no existe un “basta” al amor de Dios, mientras yo viva acá en la tierra.

Retiro del 26 de diciembre de 1958 en Venecia