En la primera alianza, el signo fue la Ley, el Decálogo […]. La antigua alianza esto establecía: Israel se vincularía a Dios por medio del Decálogo. En la nueva alianza se otorga una nueva ley, el mandamiento nuevo. A todos los mandamientos del antiguo pacto corresponde un único y nuevo mandamiento: el del amor y del amor fraterno. San Juan insiste en el amor fraterno más que en el amor del hombre hacia Dios. El amor del hombre hacia Dios san Pablo no lo conoce y poco lo conoce san Juan, aunque los Evangelios sinópticos sí lo conocen. Jesús no da un nuevo mandamiento del amor del hombre hacia Dios, no hace otra cosa sino confirmar el mandamiento del Deuteronomio: «Amarás al Señor con todo tu corazón».

El nuevo mandamiento de Dios es el amor recíproco que se deben los discípulos. Pero pongamos atención: ni siquiera es el amor al prójimo, no es un amor — esto es importante para nosotros los de la Comunidad – como lo expresan los Evangelios sinópticos, un amor que rompe todos los límites, que no conoce división de razas, de religiones; no es un gratuito amor universal. Puede parecer que el nuevo mandamiento de Cristo, de hecho, sea un amor que limita la concepción de la caridad cristiana, como está descrita en los Evangelios sinópticos. De hecho no restringe nada. Este amor que nos manda Cristo después de la Última Cena es el amor recíproco, aquel que los hombres se deben tener los unos a los otros; pero no los hombres en general, sino sus discípulos. Un amor por el cual los unos deben amar a los otros como Jesús ama, con un amor total, con un amor que es entrega plena y total de sí mismo, con un amor que comporta también recibir plenamente la donación del otro, con un amor que crea la comunidad, la unidad de los creyentes, la unidad de los fieles, de los discípulos.

Un amor universal es un amor que se entrega totalmente, que se ofrece, pero que no necesariamente obtiene una respuesta. En cambio el amor que Cristo nos manda después de la Última Cena es el amor que exige una respuesta, el amor recíproco: «Amaos unos a otros» (Jn 13,34). Es el amor que crea la comunidad y, es más, demuestra la unidad de todos en Él […].

Comunidad: «Omnia mea túa sunt et túa mea sunt – Todo lo que es mío es tuyo y lo tuyo, mío». Ya no existe ni lo mío ni lo tuyo: cada uno está comprometido a donarse totalmente y no sólo a donarse, sino también a recibir la donación de los demás. No es verdadera caridad la que sólo dona. Nos mantenemos siempre en una condición de privilegio, en el fondo, si sólo nos donamos. Dar y recibir: debemos sentirlo así. No viviríamos la Comunidad, si solamente sintiéramos que debemos donar algo a otra hermana porque la vemos más simple, más pobre que nosotros. También esta hermana tiene mucho que darnos y debemos recibir lo que nos done, debemos sentir que necesitamos cuanto nos da y aceptarlo.

Con humildad y sencillez estar verdaderamente comprometidos a amarnos los unos a los otros. Creo que verdaderamente es este el nuevo mandamiento de Cristo y que la Comunidad exige precisamente el ejercicio de este amor recíproco que comporta una compenetración del uno en el otro, casi una circuminsessio entre nosotros, una pericoresis. Lo que es propio de las Personas divinas, también deben ser propio de las personas humanas en el misterio de aquella unidad que es el Cristo total. Así como en la única naturaleza de Dios subsisten tres Personas divinas, las cuales se donan mutuamente, así en la unidad del Cuerpo místico de Cristo, cuerpo que se realiza precisamente por la unión eucarística, en la unidad de este Cuerpo místico el uno vive en el otro, se dona al otro y recibe al otro […].

En el fondo, hay orgullo en el querer solamente amar y donar, en el querer hacerlo todo solamente nosotros. Debemos también sentir la necesidad de los demás. No solamente la necesidad de donarnos, sino también la necesidad de recibir. Os podría parecer que yo no puedo recibir nada: en cambio debo recibirlo todo de vosotros, como vosotros debéis recibirlo todo de mí. Es entonces cuando nace la Comunidad: cuando la donación es verdaderamente recíproca.

De los Librotes Verdes, Reunión del 7 de abril de 1955